El balance de pérdidas y ganancias, en el caso de Honduras, es otra forma de analizar la situación. Cada día parecen darse cambios que revelan un tablero de posiciones inquieto. Tome por ejemplo la noche del 4 de julio, la OEA fijaba una posición poco neutral, sin oír las quejas de las instituciones hondureñas, exigiendo el retorno de M. Zelaya a la presidencia. El rostro público de las cosas hasta ese primer balance era Chávez y su séquito de presidentes segundones. En esa postura inicial, ganaban Zelaya y Chávez y, perdía, aparatosamente, la institucionalidad hondureña. Eso cambió el 5 de julio.
El retorno de Zelaya a Honduras, el domingo 5 de julio, contaba con que una suerte de revuelta popular, le reinstalaría al poder, en ceremonia rápida, ahí mismo, en Toncontín. Esto estaba coordinado por Chávez, dirigiendo la operación, por Telesur, como mecanismo de sublevación in situ, con los hondureños, como carne de cañón. Una vez en el poder, empezarían las negociaciones aceitadas con la compra millonaria de voluntades. Ese sería el punto sin retorno para otro Chávez centroamericano. Zelaya, desde el avión de PDVSA, confesó a CNN que la gente no había hecho su parte, “romper la barrera del aeropuerto” para tomarlo por asalto. ¿Obstinación de Zelaya? Para nada, era parte del plan. Por eso no escuchó al Cardenal Oscar Rodríguez, ni al presidente Oscar Arias, ni al embajador de Canadá en la OEA que le recomendaron esperar. Ese día, perdieron Chávez, la OEA y Zelaya, y se fortaleció Oscar Arias.
El lunes 6 de Julio, Manuel Zelaya ponía su mirada en Washington como instancia mediadora. Ya no se trataba de instigar a la fuerza, punto fracasado el día anterior, sino de sumar a otro agente de presión más en contra de las instituciones hondureñas. La figura de Chávez se desdibuja y al apelar a la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, se obtiene como meta-mensaje el fracaso de Chávez como gestor político. Le faltó motricidad fina; respondió como "elefante en cristalería". La respuesta de Estados Unidos es increíble: resuelvan ese problema en Centroamérica. Se recomienda la mediación de Oscar Arias. El es el gran ganador, como figura pública. Micheletti gana el reconocimiento internacional de ser la otra parte en discordia. Zelaya es ahora sólo el 50% de la ecuación del poder hondureño. Chávez y su sequito quedaron afuera.
El diálogo Arias, iniciado el 9 de julio, asume que ya no es posible volver a las condiciones anteriores al domingo 28 de junio. Pero, ¿podrá creerse en ofertas como no reelección, fin del periodo el 27 de enero y no cambio a la constitución? En eso pueden creer los niños pero no los adultos. Lo que no se logró desde el aeropuerto el 5 de julio, se pondría en marcha, inmediatamente, al momento de reinstalarlo: compra de voluntades, cárcel a los opositores y la doble proclama: “triunfó el pueblo” y “los hondureños quieren a Zelaya en el poder otros 25 años”. Ese es el verdadero objetivo del retorno. La ley que violaron ayer, hoy y siempre es lo que menos les importa en todo esto.
Hasta ahora, parece que el verdadero ganador es el pueblo de Honduras que ha descubierto qué frágil es la ley frente al Poder Ejecutivo. También ganaron los artículos pétreos de la constitución hondureña, que recetan destitución a quien intenta cambiarlos. Micheletti se potenció como representante de la institucionalidad. La dupleta Chávez-Zelaya, perdió credibilidad y poder. La OEA quedó retratada como organismo alineado ideológicamente, comparsa de las aspiraciones de todo Chávez que surja en el continente, ideario connatural a una burocracia formada de “exilados políticos”. Mientras tanto, la democracia reposa una noche mas, esperando ser la verdadera ganadora en este “estira y encoge”.
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