De lo dicho anteriormente colegimos que, fundamentalmente, hay dos tradiciones de la libertad. La que vino históricamente primero es la libertad concebida como ausencia de coacción arbitraria de un tercero. Es la que se incubo en la roma republicana, siglos antes de Justiniano, y de la misma raíz se concreto en Britania. Es la libertad que insistía en fijar límites al poder arbitrario del monarca durante el derecho consuetudinario del Medievo, recogido por el Common Law inglés.
Esta tradición fructificó en el siglo XVIII en Escocia, la tierra de Juan Knox, el discípulo de Calvino y fundador de la Iglesia presbiteriana. Es la tierra en donde surgió David Hume, quién, pese a su agnosticismo, solía escuchar a George Whitefield, el predicador del primer avivamiento. Intelectuales del alumbramiento escocés, cuyas doctrinas económicas y sociales no tienen rival en claridad, de cuyo legado tomó la Escuela Austriaca (1870). Se trata de Adam Smith, Adam Ferguson, Francis Hutcheson, ministros presbiterianos unos, hijos de ministros presbiterianos otros.
Su idea central era la libertad, obviamente, no anticlerical como lo fue la de Francia, copiada en Latinoamérica. Sino la libertad atada a la responsabilidad, como se entiende en términos teológicos. Aquella en la que “el hombre escoge”, pero toda elección tiene un costo el cual se paga hoy o se pagará después. Dios quiere que el hombre le honre, pero quiere que al hacerlo lo haga desde la raíz misma de su libertad. Por eso Génesis 3, inicio de la historia humana de luces y sombras, con rendición de cuentas y responsabilidad.
Estas ideas escocesas florecieron en la Britania, ex colonia romana, tierra de la “Carta Magna” de 1215, con la que los hombres ponen límite al poder discrecional del monarca. Es el contexto de la “Revolución gloriosa” de 1688, con la que el parlamento toma poderes plenos y se termina, de manera menos violenta que en Francia, con el gobierno de la monarquía. Se formalizó la unión entre Escocia e Inglaterra al sur en 1707. Entre 1760-1830, Inglaterra vio la revolución industrial que creo empleo en grandes cantidades y cerró la brecha relativa entre ricos y pobres. Dispuso bienes y servicios en masa para las masas. Repartió el ingreso y facilitó el nacimiento de la clase media.
La otra tradición floreció en Francia, con el imperio de la razón y de la cual los iberoamericanos somos mas fervientes seguidores. A la vez que se impulsaba esa revolución silenciosa, en Inglaterra, marcada por el derecho y el respeto al ser humano, los estridentes franceses impulsan su revolución de la razón. Sientan a una prostituta en la Iglesia de Notredame y dicen al pueblo esta es tu diosa, la razón.
La razón se convierte en una nueva capacidad, de perfeccionar la sociedad por medios jurídicos, políticos y económicos. Coincide con esto, la formación de las disciplinas modernas. Se estima que los poderes organizadores de la razón pueden darnos no sólo mejores disciplinas científicas sino mejores sociedades. ¿y del ejemplo tan claro de Inglaterra que quedó? Su ejemplo nos ilustra que las grandes instituciones como la propiedad, la moneda, el derecho, el idioma y la fe no son producto de la razón o diseño de ningún hombre.
A partir del ideario francés, copiado en iberoamerica, surgió un derecho que se concreta en la ley como dato positivo, a la Kelsen, “teoría pura”, sin tradición ni moral; una economía que se concreta en los modelos matemáticos de Marshall, Walras y Samuelson, que se solazan en la ficción de que los números representan elecciones reales del ser humano. Surge el marxismo, cuyo ideal es la igualdad impuesta, que al final produce tiranía. El racionalismo constructivista no es auténticamente libertad y es el principal opositor a la ética cristiana. Es así como la razón ambiciosa socava la libertad y la fe. La libertad teológica y la francesa están en pleito y muchos hombres y mujeres del Derecho no lo sabemos.