Las opiniones son un hervidero, nunca dejan de fluir. Son como la nariz, todos tenemos una, a menos que en un acto de auto castración plástica hayamos decidido recortarla en nombre de la estética. Opinar es algo así como transpirar, el proceso natural que resulta del esfuerzo de pensar en una o muchas cosas “profundamente”. Los críticos literarios, los científicos y los políticos se hayan entre quienes mas exudan, causando el alud de letras que dibuja la geografía de los diarios.
Pero es con referencia a lo político que las opiniones se vuelven algo más que parte del paisaje de las páginas periodísticas. Son verdaderas catástrofes que hacen mucho daño. Y es que no es el sabio creador quien se encuentra detrás de las opiniones, como si se tratara de la naturaleza creada, sino limitados seres humanos quienes llaman bueno a lo que consideran bueno para si mismos. Por ejemplo, entre los actos públicos, las cosas buenas para los hombres y mujeres son aquellas que anhelan poder alcanzar. El altruismo del Estado solo tiene sentido a partir de que yo me beneficie de él.
Solo hay que ver la conducta de los políticos que a la postre encarnan las posturas defendidas en los diarios. No son ellos impolutos en su actuar, desprendidos o desinteresados sino al contrario, los actos de misericordia de los que van haciendo alarde son un desnudo reflector con el cual se encandila a la población para que no vea la corrupción con que se benefician a si mismos y a su camarilla.
A mas amplios manejos de presupuesto, mas discrecionalidad y con ella mas corrupción, pero generalmente, los opinados benefactores de papel, no relacionan esas variables. Tal parece que no importa lo que el Estado pierda en manos de sus depredadores, cuando se guarda la esperanza que el beneficio social, el salario mínimo, la conquista laboral, la decisión política lleguen a alcanzarme, en caso de necesitarlo. Ese negocio de otros, con dedicatoria para mí, tiene magros beneficios reales.
La opinión cuando viene de los funcionarios, sean estatales o del sector llamado internacional, del Departamento de Estado o Naciones Unidas, generalmente flexiona con el mismo egoísmo. Ni altruismo ni verdad sobrecogen a estos funcionarios que, si bien no meten la mano en bolsa ajena --con la misma desvergüenza que el político local--, tampoco tienen en mente a los otros sino a si mismos.
Tómese por ejemplo lo que Wikileaks ha puesto al descubierto. Las truhanerías de Chávez como peligro para millones de venezolanos están documentadas entre el sector internacional que mira para otro lado antes que perder el empleo o sonar políticamente incorrecto. Las “travesuras” de Zelaya son descaradamente reconocidas entre los funcionarios que las documentan y comentan. Las posibles relaciones del narco Estado también están sugeridas pero igualmente disfrazadas en nombre del empleo seguro. Las corruptelas, robos y traslados de capital de un país a otro con fines electorales están documentadas, y cuando se hacen con pasaporte diplomático se tiene por bien hecho el callarlas.
¿Qué es todo eso? Es la opinión política de unos funcionarios que con apariencia pundonorosa barajan la suerte de millones de seres humanos que son tratados como “casualties”, en la transacción de “yo omito tus pecados si tú ignoras los míos”. En otras palabras, nada de profesionalismo en el “servicio diplomático”; menos hay compromiso con la verdad frente a las fatalidades que ciertas ideas producen. Ramplonamente dicho, no es otra cosa que ver el derecho de mi nariz, esa que simboliza mi poder de opinar con gran sordidez.
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