miércoles, 29 de septiembre de 2010

¿Es posible una filosofía de la responsabilidad humana? Una invitación a dialogar

Introducción
Es esta una pregunta que puede responderse posmodernamente, diciendo, a secas, si, hoy hacemos filosofía de cualquier cosa que queramos y fin de la historia. Pero más que admitir en diez cuartillas una respuesta positiva, nos interesa con seriedad discutir la responsabilidad en tanto que idea filosófica.

La cuestión es ¿a quién le importa nuestra respuesta? ¿Después de todo, no está la fuerza de una idea en su vitalísima proyección en la praxis? ¿Para qué molestarnos con disquisiciones, si hoy, más que la responsabilidad, esta de moda la libertad?  Y ella, sujeta a la poderosa razón individual, ¿no es ese el nervio de toda realidad y toda modernidad? ¿Es necesario hablar de responsabilidad en singular cuando todos están conscientes de responsabilidades en plural?

Las crisis del presente sugieren que no todo está claro para el hombre de hoy. La filosofía tampoco está dispuesta a conceder que las respuestas ya están dadas y que ha llegado la hora, al final del día, en que apagamos las luces del taller filosófico, aseguramos la puerta y nos declaramos en retiro, cerramos para no volver mañana. Al contrario, en filosofía se enuncia una crisis en la subjetividad.

Las preguntas hermenéuticas siguen abiertas y el neokantismo, que con Dilthey distinguió entre las ciencias del espíritu y ciencias naturales, nos recuerda que en materia de responsabilidad estamos frente a la “ciencia” de los “actos del espíritu”: acts y no facts. ¿Cuál es la motivación para actuar? ¿En qué se fundamenta la regularidad de esa motivación? ¿Reside esta motivación en la permanencia absoluta del espíritu humano frente a la relatividad de la naturaleza?

Las respuestas que se ofrezcan son determinantes para la filosofía. Señala Husserl que la perdida de rigor en la filosofía determina la perdida de espacio de lo humano frente al paradigma naturalista de las ciencias. De esa crisis, a las tragedias humanas de la guerra, la destrucción de la vida en todas sus formas, --especialmente humana-- y la perdida del sentido en el mundo moderno, no hay sino un pequeño paso.

Juzgamos que no se ha de saltar tan aprisa a conclusiones propias de la fatal arrogancia “científica”. Esa actitud es la punta del “iceberg” de conceptos que hoy tienen acaparado el mercado de las ideas, los cuales están llevando al hombre, cada día, a otra conclusión…  su propia conclusión, enfermedad terminal que consume al ser humano biológicamente, culturalmente y socialmente. Dicho sin rodeos, muerte, devaluación de la persona y pobreza, homo homini lupus, un andar de vuelta a la visión naturalista de Tomas Hobbes. Tanto en una como en otra dirección, se desvela el núcleo duro de la crisis en el terreno del saber: la pérdida de su origen subjetivo.

En este trabajo nos proponemos sugerir la viabilidad de una filosofía de la responsabilidad humana. Primero rastreando la anticipación del precedente, es decir, averiguando cómo y hasta dónde, otros ayer se ocuparon de la idea. Luego, proponemos qué supone ocuparse de esta idea en nuestro medio. Sugeriremos que la idea de “las responsabilidades en plural” es indiscutible. Coexisten las responsabilidades con grandes criterios que niegan la responsabilidad en singular. Sugeriremos que esto último espera un desarrollo formal, a lo cual este trabajo es una invitación.

Antecedentes

Verantworten, “ser responsable”,  es una idea de larga data en la historia del pensamiento, más entre los judíos que entre los griegos. Helenos y romanos cultivaban graves responsabilidades civiles, sociales y aun religiosas, sin elaborar una filosofía sobre el tema. Sin embargo, no cabe duda que fueron los cristianos quienes más giros y vuelo le han dado al concepto, hablando más de responsabilidades, en plural, que de “la responsabilidad”.

Emanuel Kant (1724-1804), un hijo que, a su manera, mostróse reverente hacia la trascendencia, tiene todo un desarrollo valiosísimo sobre esta idea. La reflexión madura y reposada sobre su pensamiento es, tarde o temprano, referencia inevitable para toda persona que quiera tomar la responsabilidad humana en serio. Se inscribe en el voluntarismo, idea antigua, según la cual, la acción se califica con base en una Ley que define lo moralmente bueno y lo moralmente malo. Tal ley se justifica por si misma sin admitir ninguna fundamentación ulterior.

Presente, a veces como logos, a veces como acción, no siempre incrustada en la filosofía, ha estado en el pasado la responsabilidad, ligada a dispares padrinos. Háyase por momentos, vinculada al cristianismo y, en otros casos, unida a la autonomía del hombre a partir de su “ilustración”. De esta última veta, ha surgido la idea de una responsabilidad “deista”, ligada al autogobierno kanteano, que llega a Dios por la ética; y la del hombre que es un “arroyo de fuego” (Ludwig Feuerbach), cuando denuncia la culpa corporativa de todo mortal, la de ser el autor anónimo de la idea de Dios. Quiso él con esta acusación, desalojar, de una buena vez, al principal habitante del cielo.

¡Responsabilidad! se ha proclamado también en nombre de aquel que declaró su mayoría de edad y reveló, para los enlutados del nuevo siglo XX, que fue el (Federico Nietzsche), y no otro, el causante de la “muerte de Dios”. El precio por asaltar a la trascendencia y botarla del mundo de las ideas, fue haber contraído la obligación de sostener el mundo con sus hombros. El hombre ha terminado esculpiendo su propio rostro en el firmamento y si la pugna entre hombres era detestable, más pernicioso se nos torna hoy el duelo entre dioses.

Desde la óptica de enfrente, sospechando una mejor panorámica, otros se resistieron a pensar que el destino del hombre sea muerte, devaluación de la persona y violencia, homo homini lupus. Son una constelación de filósofos que, desde la trascendencia, se adueñaron de la responsabilidad frente al prójimo, la sexualidad, la creación y el mundo en general, e insistieron en llamarse guardianes de un mejor pensamiento y de la nada despreciable tradición que nos ha traído hasta aquí. 

Se trate de Agustín, Anselmo y de los monjes medievales, o de Pascal, Soren Kierkegaard y de los Reformadores, la idea de las responsabilidades humanas es una idea poderosa, aun cuando ha sido desarrollada temáticamente, en compartimentos, ora la fe, ora el honor, ora la verdad, ora el merito, no como eje, no centrípetamente impulsando una sola idea, sino carente de articulación, ya que se halla centrada en sus significados plurales. Para ellos, estas temáticas, fueron realismo patente, fundado en los misterios de la persona de Dios y en las interioridades de la persona humana. Es otra versión, homo homini longus, “el hombre es un anhelo para el hombre”.

En los autores mencionados, la práctica de la responsabilidad ha sido más fructífera que la elaboración teórica de la idea de la responsabilidad, en singular. ¿Es posible ser responsable sin una idea de la responsabilidad? Parece que este escollo se salva recordando el voluntarismo: en donde hay leyes, acuerdos, arreglos, normas que se cumplen sin esperar discusión, las responsabilidades en plural son posibles en virtud de la norma. Ese sustrato de normas, responsabilidades y moralidad trajinan la filosofía de Leopoldo Zea, el autor que discutimos a continuación.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Malas ideas que pesan sobre la conducta

1. La definición subjetiva del error: algo es malo sólo si me descubren; el mal lo determino yo. La corrupción es mala, sólo si yo no participo del negocio.

2. Preferir la prosperidad sin la productividad: “somos dos hermanos vivos, los otros tres trabajan”.

3. El fatalismo cívico, dice que del civismo se encarga Dios. Mientras los americanos tienen una visión cívica frente a lo religioso, Dios nos declara responsable de nuestras circunstancias. Los latinoamericanos tenemos una visión religiosa ante lo cívico: pedimos a Dios que de lo público se encargue él.

4. Cualquier sistema funciona, cuando las intenciones son buenas. Los movimientos de reforma social y política sugieren que hay sistemas malos y que hay otros mejores. Lutero se opuso a la Iglesia y al sistema jurídico sobre el que se asentaba, rechazó el derecho imperial y el derecho canónico.

5. La indiferencia a las responsabilidades locales. “No tenemos poder y no somos nadie”, y lo dice la mayoría. Los principales problemas que la sociedad tiene hoy se resuelven al nivel del poder local municipal: las pandillas, la inseguridad policial, el irrespeto al derecho ajeno.

6. La esperanza puesta en que los hombres buenos nos gobiernen. En donde los hombres gobiernan las leyes no gobiernan. Las leyes existen para hacer predecible la conducta, de otra manera impredecible, de los hombres.

7. El ímpetu de perfeccionar la sociedad a fuerza de leyes. Cuando las leyes se proponen resolver casos que pueden ser infinitos, terminan por intervenir en la vida diaria de ciudadanos que hacen cosas que por su naturaleza no son políticas: comprar, vender, crear, contratar etc., lo cual termina por favorecer a unos y entorpecer la libertad de otros, entonces los ciudadanos le juegan la vuelta a la ley. Esa decadencia de la ley es la principal explicación de la violencia, el abuso, la insensibilidad jurídica e indiferencia social.

8. Confundir consumismo con productividad y condenar a ambos. Se desdeña la productividad y se confunde con el consumismo; se explica el consumismo y el despilfarro como si fuese equivalente a “ciencias económicas.” La ética de trabajo es ética del manejo de medios que son escasos, y ello mismo nos es útil para servir a Dios en los fines últimos de la vida o ética de fines.

9. Despreciar la teoría cuando la parálisis se debe a no saber qué hacer. Éticamente debemos definir qué significa la libertad y la responsabilidad para entender qué nos corresponde hacer. Si hay buenos y malos sistemas no sólo se requiere que hagamos algo para cambiarlos, cualquier cosa, sino se requiere que hagamos lo que es correcto. Las ideas que nos conducen a hacer lo que es recto son el fundamento de una vida moral. Aclararnos cuales son esas ideas es importante, por eso dijo el Rev. John Stott “creer es también pensar.”

10. El poder y el plan central son signos de adelanto y progreso. En Latinoamérica existe un estilo de gobierno que se llama presidencialismo. La diferencia con países desarrollados en donde hay un presidente es que los poderes del presidente son limitados y controlados por otras instituciones. Los guatemaltecos pensamos que el Presidente es un súper hombre que tiene la capacidad e información para arreglarlo todo. Eso nos lleva a “pedir” al Presidente; a “esperar” que él haga, torne, vuelva y resuelva. Para la gente, él es un “monarca” de tiempos modernos. Es urgente poner el presidencialismo de cabeza, es decir, al servicio del pueblo y hacer valer la legislación que protege al ser humano.

lunes, 6 de septiembre de 2010

El tránsito del paradigma antiguo a la modernidad en la Ilustración escocesa


VII. El trasfondo de la Reforma y de la Ilustración como “love affair” con la creación
Queremos aquí brevemente ubicar la relación que guarda la Ilustración escocesa con el transito del paradigma antiguo a la modernidad. Empecemos por decir que el trasfondo a la Reforma protestante se encuentra en el renacimiento Italiano. Se trata de un movimiento que afectó el arte, la filosofía y el pensamiento, así como la fe. En los siglos XIV y XV ocurre una suerte de reforma educativa que recupera la historia, los idiomas, la gramática y la literatura.  Así se redescubren los textos grecorromanos antiguos en sus idiomas originales, incluyendo el griego y hebreo bíblicos. 
La sociedad Italiana vive un tiempo de prosperidad en todo sentido. La universidad creada en el siglo XI promueve la curiosidad intelectual así como el humanismo con una nueva concepción del hombre y del mundo; el atisbo del intercambio mercantil genera la riqueza indispensable para la creatividad. Todo esto tiene también acogida en la vida monástica. Este movimiento se complementa con el nominalismo y el conceptualismo (Pedro Abelardo 1079-1142 y Guillermo de Ockham 1280-1349), la idea de que los particulares son todo lo que cuenta ya que las ideas universales enseñadas por Platón no existen en realidad más que como nombres o si existen son meros conceptos.   Nos toca fijarnos en el aquí y el ahora.
Con el advenimiento de la exegesis bíblica Lutero propone el retorno a la fe del Nuevo Testamento. Un ver hacia atrás en lo teológico que incluye la justificación por la fe y el rescate de la creación como lugar de la obediencia y la santidad. Calvino y sus seguidores harán del mundo creado el lugar ideal para el trabajo y la prosperidad, siguiendo la enseñanza del mandato cultural (Gn.1:26-28). Este mundo se puede analizar y estudiar. No es una extensión de la deidad como enseñaron los griegos.
En estos años, de manera paralela, surge el desafío científico en la propuesta de Nicolás Copérnico (1543), quien decide explicarse el movimiento de los planetas colocando al Sol al centro del sistema planetario.  Esa negación del geocentrismo constituyó, sin quererlo, un paso en la negación de la fe. Habiendo identificado la Iglesia la enseñanza de que la tierra era el centro del universo con la enseñanza cristiana, al probar que esa idea era equivocada, se pensó que aquello era un ataque en contra de la fe.
Algo parecido ocurriría con las enseñanzas griegas de la inamovilidad de la tierra, en donde el reposo es sinónimo de perfección. Al probar Galileo que la tierra se mueve es de inmediato colocado en un índice de libros prohibidos en 1633. De igual manera, afirmar que la tierra era redonda según los viajes de circunnavegación de Cristóbal Colón hacen del viejo orden, con todo lo anterior, un gran equívoco. De esa cuenta el racionalismo de René Descartes, consistirá en derivar de las reflexiones internas del yo, el significado del mundo exterior para evitar más engaños. Ese cambio al subjetivismo convierte al individuo en la máxima autoridad para decidir qué es la verdad. Desafortunadamente, Lutero está más cerca de la Iglesia Católica que de la nueva ciencia en todos estos puntos.
La duda es luego radicalizada por los empiristas que sostienen la idea representacionista del conocimiento. La realidad es como un espejo o pantalla en la que vemos reflejado el objeto que conocemos. No tenemos acceso a él directamente sino sólo por medio del reflejo que de él nos proveen nuestros sentidos. Ese paso removido de la realidad nos sitúa lejos del objeto y con ello se justifica cierta duda o desconfianza frente a la posibilidad de conocer la realidad.  Pero doscientos años después de la Reforma la ilustración escocesa no sigue la epistemología de Lutero ni de los empiristas si no tiene una nueva propuesta, mas próxima a Calvino.
Por ejemplo, Thomas Reid, Ilustrado escoces, del siglo XVIII, debido a su raíz Reformada, afirmará que es posible conocer la realidad. ¿Y la realidad qué es y cómo se accede a ella? El realismo escocés, y también la Biblia, tienen una concepción fenoménica de la realidad. Describimos las cosas como las vemos. Es un conocimiento que no requiere haber tomado muchas decisiones teóricas acerca del mundo y sus leyes físicas. Equivale a cierta confianza en los sentidos como la que usaría un artista para representar en una pintura lo que ve: los ángulos, la luz, los planos que ubican a las cosas y a las personas. Es mas, así es como hablamos, aún hoy en el Siglo XXI, fenoménicamente, cuando decimos que el sol se oculta o se levanta. No es una declaración científica, es lo que vemos.
Por eso, sugerimos que es preciso analizar la epistemología de cada autor escocés por separado en vez del maridaje que se asume, vía Hume, de la Ilustración con todo el fenómeno empirista inglés.  Thomas Reid el autor del “common sense” también, nos exige hacer ese deslinde. Su postura es la de un propulsor del sentido comuún escocés, el Scottish Common Sense, que proveerá las bases para el método científico, a partir de Francis Bacon, así como la ideología del desarrollo para el Nuevo Mundo, es decir, para Estados Unidos.
Lo de Thomas Reid no es una filosofía que responda a todas las objeciones epistemológicas de manera coherente, es más bien una “hipótesis de trabajo” que permite funcionar, crear, descubrir y aplicar el conocimiento de formas innovadoras hasta llevar a Estados Unidos al desarrollo tecnológico y económico que se conoce hoy. No se olvide que esto va de la mano del puritanismo anglo-escocés y del presbiterianismo escocés específicamente. Cuando se dio la revolución norteamericana (1776), cuatro de cada cinco americanos eran presbiterianos. El fenómeno americano también es producto de la ilustración Escocesa que aplicó al derecho, a la economía y a la política las grandes ideas sociales, teológicas y económicas de la libertad y de la responsabilidad, así como la del infinito valor de la persona humana.