domingo, 19 de diciembre de 2010

¿Hay conflicto entre elecciones cardinales y ordinales? Reflexiones...

Usted no tiene que estar de acuerdo con esto, pues se trata de “reflexiones” en proceso de discutirse en vez de predicarse. De modo que su opinión es bienvenida. Recordemos que la profundidad de la escuela austriaca tiene mucho que ver con la aplicación del marginalismo a nuevos campos de la acción humana.  

¿Es el preferir más que menos de un bien, opuesto a las elecciones hechas al margen? La preferencia de algo en mayor cantidad ¿no sugiere que al ocuparnos de ello en demasía, perdamos la posibilidad de elegir en el tiempo y espacio, otras cosas al margen? En el caso de preferir solo la riqueza, o solo unidades extras de un único bien, lo primero (preferir mas) se confirma y lo segundo (elegir) se relativiza. ¿Por qué?

Si la elección al margen “representa” la libertad del ser humano ¿por qué no sucede al revés? ¿No debería la elección al margen ser más importante que la propensión a tener más de un sólo bien? ¿No implican, entonces, algunas preferencias una suerte de pérdida de la capacidad de elegir y perdida del ejercicio de la libertad por mano propia? O sea, ¿no es el costo de oportunidad tan alto a veces que la práctica de la libertad se pone en riesgo? Si esta particular “práctica” de nuestra libertad derrota por mano propia el ejercicio de la libertad, ¿no hay en nuestra visión utilitarista una dimensión moral que debe ser planteada?  

Admitimos que el problema no es económico, pero tampoco es solamente moral por la repercusión que tiene sobre el ser humano. Por ejemplo, la producción de drogas es un problema económico; consumirlas es un problema moral. Pero aquí hemos escogido fijarnos en la posible interface de estos dos problemas. Nótese que a lo largo de estas líneas no hablamos de perder la libertad a manos de un tercero, sino de algo más sutil, de la pérdida del ejercicio o práctica de la libertad por mano propia. Técnicamente seguimos siendo libres, pero prácticamente  hemos perdido la capacidad de elegir, lo hemos logrado ¡por propia elección!

¿No habría que elaborar sobre cómo se derrota el marginalismo cuando las preferencias reducen la acción humana a mera respuesta reflejo para conseguir un solo bien? A la inversa, ¿no se vitaliza la elección al margen cuando la acción humana diversifica la preferencias ordinal proyectándola a diversos campos? ¿No hay aquí una veta para explorar la aplicación rigurosa del marginalismo a la moral y a la espiritualidad, precisamente en aras de preservar el ejercicio de la libertad del ser humano? 

La preferencia cuantitativa de más que menos y la preferencia ordinal de diversidad de bienes ¿no se rosan en conflicto, un conflicto que no es solo moral o solo económico sino fundamentalmente humano?

¿No esta precisamente la moral del mercado en ver al ser humano como fin y no como medio? ¿No incluye esa visión relativizar los medios y los fines que no son congruentes con lo que preserva el ejercicio de la libertad del ser humano? ¿Tiene valor luchar por la libertad conculcada por la coacción arbitraria de un tercero, sin luchar por advertir al hombre que por mano propia puede darse la pérdida del ejercicio de esa libertad? ¿No hay aquí de nuevo una interfase que explora la relación del marginalismo, la economía, con la moral y la espiritualidad, en aras de preservar el ejercicio de la libertad del ser humano?

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Los omniscientes, primera parte. Dr. Manuel Ayau

El 10 de agosto de 1968, el Dr. Manuel Ayau escribió en su columna de "Prensa Libre" el artículo "Los Omniscientes" que aqui reproducimos en dos partes: "Los omniscientes" y "Cómo reconocer a un petit dictateur."  La pertinencia con el caso de Guatemala salta a la vista.

Hace casi doscientos años, el moralista escocés, posteriormente reconocido además como el padre de la ciencia económica, Adam Smith, advirtió:

El político que tratase de dirigir a los hombres en el modo como deben emplear sus capitales, no sólo se car­garía a si mismo con una función totalmente innecesa­ria, sino que asumiría una autoridad que no puede ser confiada con seguridad a nin­gún consejo ni senado, y que en ninguna parte sería tan peligrosa como en las ma­nos de un hombre que tuvie­se la locura y la presunción suficientes para imaginar que era capaz de ejercerla.

Es obvio que todo aquel que está en contra de la libertad de producir, servir, consumir, o in­vertir cada quien su patrimonio sin coerción ni privilegios, es de­cir, en contra de la economía li­bre de mercado supone previa­mente la posibilidad de la omnis­ciencia por parte del que dirigi­rá o guiará a los hombres para que no puedan hacer lo que libre­mente escogerían hacer, o bien, para que se vean obligados a ha­cer lo que libremente no hubie­sen escogido hacer.

El que está a favor de la li­bertad no trata de imponer coer­citivamente su criterio a los ac­tos de los demás. El que defien­de la libertad basa su postura en la premisa que los demás sabrán escoger cómo disponer de su pa­trimonio, qué hacer y qué no ha­cer, y que el deber del estado es proteger los derechos de libre, honrada y pacífica disposición de patrimonio, tiempo, talento o energías, y nunca la de asumir postura paternalista so pretexto que los hombres no sabrán en­cauzar sus decisiones hacia su propio mejoramiento, vale decir, el de la sociedad.

En una sociedad libre, sin em­bargo, el dirigente tiene como único instrumento la persuasión pacifica y será seguido mientras y en tanto su dirección sea vo­luntariamente aceptada por sus conciudadanos.

La postura paternalista nece­sariamente se basa en la presun­ción de incompetencia de los de­más y la superioridad de motiva­ciones y juicios por parte del proponente, quien, si no forma parte del gobierno, se identifica con él al hacer sus recomenda­ciones.

Tal postura es, obviamente, la típica actitud de un gobierno dic­tatorial de izquierda o derecha, o de cualquier acto aislado de ca­rácter dictatorial. Las dictadu­ras siempre presuponen tal cua­si-omnisciencia para justificar la omnipotencia.

Y claro, tal postura no necesa­riamente se circunscribe a indi­viduos o grupos oligárquicos. Una mayoría también, por mayoría de votos, puede destruir o anu­lar todos los derechos de la mi­noría, cuando pragmáticamente sostiene que la mayoría «manda» sin limitaciones.

Aquel que pretende sustituir con sus propios 'juicios valorativos, el juicio de sus conciudadanos, y no tiene inhibiciones para utilizar el poder coercitivo del gobierno para imponer su crite­rio, es un dictador en cuanto a tal acto concierne, y por lo tan­to lejos de estar contribuyendo al progreso de la sociedad, aun­que tenga éxito su gestión, ha­brá contribuido en forma consi­derable a regresar a épocas pa­sadas, cuando todavía no se había reconocido el valor que para la sociedad tiene, el respeto al derecho individual del hombre.

La presunción de omnisciencia es muy común y toma muchas formas; y atrás de cada «omnis­ciente» se esconde un « petit dic­tateur». (Cuentan las malas len­guas que durante la reciente cri­sis francesa, el omnisciente Char­les de Gaulle, solo y ante la ima­gen del Sagrado Corazón, se di­rigió solemnemente a ella y le dijo: ¡Sagrado Corazón, ten confianza en mí!»).