El Dr. Carlos Marx (1818-1883) representa el triunfo
temporal de la materia sobre la idea, con la que ésta se halla en pugna desde
los griegos. Sus intereses como filósofo, sociólogo, historiador, periodista y
economista, salpican diferentes provincias del saber con sus tesis centrales.
Por eso las ideas de Marx convertidas en “marxismo” tocan hoy la teoría
económica, la teoría sociológica, el método de la filosofía y una comprensión
de la acción política basadas en la transformación de la sociedad a partir del
materialismo. Realmente hoy no hay una
teoría marxista sino multitud de aplicaciones de una idea, la preeminencia de
la materia sobre la conciencia y el saber humanos.
La relación de amor y odio con G. W. Hegel y el
Hegelianismo empieza temprano cuando Marx tiene apenas 18 años en 1836. Entonces
empieza a gestarse el materialismo dialéctico la idea de que el orden económico
tiene contradicciones internas que tras alcanzar su máxima eficiencia
eventualmente lo destruyen. Filosóficamente, la superación de ello corresponde
al hombre quien determina la historia por un acto de su conciencia (Moisés Hess)
en complicidad inadvertida con la naturaleza cuyas fuerzas inherentes a la
historia empujan al hombre, inevitablemente, hacia el materialismo dialéctico
(Marx). Amor y odio hacia Hegel también sufrirán Bruno Bauer y el mismo L. Feurbach
de quien Marx tomó su materialismo. De ahí la famosa propuesta de que era
necesario poner a Hegel de cabeza, es decir darle la preeminencia no al Geist o
las fuerzas historizadoras del Espíritu de Hegel sino a las de la materia.
Parte de su ruptura con Feurbach en las “Tesis
sobre Feurbach” incluirá la crítica a la filosofía, expresada en la frase de
que hasta ahora “los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo cuando el
punto es cambiarlo”, en contra del materialismo y el idealismo contemplativos
que imponen una idea abstracta por encima de lo obvio la realidad material. De
ahí que la transformación del mundo no se dará por un cambio en las ideas sino
por la actividad física desde la materia por medio de la práctica. Esta indiferencia hacia las ideas curiosamente
colisiona con la excesiva importancia que se da a la supraestructura (idea)
sobre la infraestructura (materia). Hay que ahogar a “la idea” de la supraestructura con "otra idea",
la de cambiar la propiedad de los medios de producción para transformar así "todas
las ideas". Dicho de otra manera, ontológicamente la materia es todo, pero epistemológicamente
el marxismo sucumbe a cada paso ante la idea. No hay sistema totalmente libre
de aporías.
Marx estaba convencido que la producción de la
revolución industrial conduciría a que los ricos fueran más ricos y menos en
número y que los pobres fueran cada vez más pobres y mayores en número. La de
pauperización de las masas sigue repitiéndose en muchas partes del mundo aun cuando
en la Segunda Internacional Socialista, 1898, ambas ideas fueron suprimidas del
ideario socialista. La revolución industrial de manera lenta había empezado a
cerrar la brecha relativa entre ricos y pobres revertiendo ambas afirmaciones y
creando un fenómeno nuevo desconocido por Marx, la clase media.
La genial síntesis de Marx entre la filosofía
germana, la sociología francesa y la economía inglesa ocurre en un momento en
el que los resultados de todas esas propuestas aun no habían llegado a su
punto culminante. El neokantismo del siglo XIX y XX no había afirmado aun la
importancia de la mente, el conocimiento, del ser y la existencia y de la razón
como realidades complementarias a la materia. De modo que Marx reaccionó en su
tiempo contra ideas que pronto fueron superadas. La sociología terminaría abocándose
al individualismo metodológico y a la distinción entre ciencias del espíritu y
ciencias naturales más que a las hipostatizaciones que dan a los conglomerados
sociales (clases) características de personas (piensan, deciden y aman). M. Weber
buscaría responder a ese materialismo miope con la idea de la razón (ej. la burocracia),
los valores y los tipos ideales.
En economía el marginalismo (de C. Menger, S. Jevons
y W. Walras) pondría entre corchetes todas las afirmaciones económicas del Marx
economista, su teoría objetiva del valor y su idea de la explotación (Böhmbawerk)
juntamente con algunas falacias del resto de economistas clásicos. Sin embargo el
éxito de Marx se debe, en parte, a ser el pensador con el que culmina la
historia de la Filosofía en el siglo XIX. Hoy, es responsabilidad de los filósofos
corregir esa falsa impresión de que el último filósofo del siglo XIX dijo la última
palabra en todo, noción de la que ni sus propios seguidores están advertidos.
Cuando Marx define libertad como “el
reconocimiento de la necesidad” no está haciendo otra cosa que confirmar en su
pensamiento el triunfo de la materia en la larga zaga que empezó con los
presocráticos. Los neokantianos, Dilthey, Webber y Heidegger harían en el plano
filosófico lo que economistas y sociólogos harían en sus respectivos planos:
tratar de mantener la integración de ambos planos en tensión. Abolir la
propiedad privada, partir la realidad en infra y supraestructura y decretar las
leyes férreas de la historia, son elecciones de fe o creencias metafísicas (la
idea, de nuevo) lo cual, precisamente, el sistema creyó haber superado. En un
plano muy personal, para mí esa tensión se resolvió hace siglos en la propuesta
que integra materia y espíritu en Jesús de Nazaret, persona teantrópica y
palabra divino-humana.