J. Schumpeter descartó el individualismo político por considerar inadecuado cierto presuposicionalismo atado a él. Es decir, el subjetivismo político que descartó Schumpeter es el que cree que “la libertad más que cualquier otra cosa, es lo que contribuye al desarrollo del individuo y al bienestar de la sociedad como un todo y avanza un número de proposiciones prácticas en apoyo de ello.” Esa definición de libertad le parecía inaceptable por sugerir cosas como las siguientes, que 1. El subjetivismo político dice que cualquier postura política es válida; 2. El subjetivismo político justifica el mayor poder del partido y 3. El subjetivismo político justifica que el individuo sea indiferente a lo político.
En parte estos argumentos están basados en un
concepto equivocado de la libertad. Esta idea errada de la libertad entiende que la libertad implica libre competencia a favor de cualquier posición
o fin. Semejante concepto de libertad sugiere que para la actuación subjetiva la
libertad es un bien utilitarista y hasta contradictorio. Finalmente, dicho concepto de libertad sugiere
que la libertad es un fin en sí mismo y no un medio para un bien mayor. Por eso, creía Schumpeter, las proposiciones prácticas que se surgían de ella podían ser tiránicas, relativistas o simplemente irrelevantes a la política y de ahí que esta base subjetiva debía descartarse. Su idea de libertad no toma en cuenta el sine qua non de la libertad, la responsabilidad.
Por eso tenemos que decir que esta no es la única concepción
de libertad que debe invocarse al hablar de política o de subjetivismo. De hecho, esta no es la
idea de libertad que se trae a cuenta cuando hablamos de economía. Es decir, el
asunto está en sacar la libertad de su marco absoluto y colocarla en relación al
ser humano concreto. Es en este paso en el que la libertad deja de ser un
asunto ajeno al ser humano y a las instituciones para convertirse en algo que
tiene sentido en el plano metodológico.
Ciertamente los seres humanos actúan conforme a
incentivos y, poder analizar como eso afecta las preferencias públicas que los individuos
hacen en política es, precisamente, el valor del subjetivismo para la política. Esa aplicación es la que puede hacerse sin
entrar en conflicto con el concepto social de las ideas y sin entrar en
conflicto con las propias convicciones del analista. El interés primordial de
esto es que pone de manifiesto cómo el ser humano, a través
de los procesos políticos que se basan en acciones humanas, responde a
incentivos.
Este método puede ponerse a prueba en todo
momento. Dadle a la persona los incentivos “perversos” y las cosas más dañinas
para la sociedad habrán de surgir. Ofrezcamos a las personas el incentivo adecuado
y veremos como la paz social y la gobernanza aumenta. Si le ofrecemos a las mayorías
derechos que protegen a las minorías sin que aumente la oferta de empleo y
mejores ingresos veremos cómo los derechos políticos otorgados funcionan no
para generar empleo sino como incentivo perverso para facilitar el vandalismo y
los abusos. Las reformas constitucionales en Guatemala han optado por hacer
esto con los pueblos indígenas sin mejorar la oferta de empleo.
Si por otro lado lo que se ofrece es el
programa “desempleo cero” que mejora las condiciones del país para que venga la
inversión, se mejore la calidad de empleo y funcione el círculo virtuoso del
capital, entonces esto funcionara como un incentivo político adecuado para el
trabajo, la productividad, la educación y las artes. Ningún “natural” “fichudo”
anda haciendo bochinches. Ningún nativo internacional anda pidiendo educación en
su propia lengua; ningún guatemalteco con educación e ingresos quiere aferrarse
a territorios sagrados y a la tragedia de la agricultura del pequeño cultivo.
Proteger esas condiciones es un incentivo perverso inherente a las reformas
constitucionales del Ejecutivo.