Facundo vivió como hijo del mundo y murió como guatemalteco, dijo un amigo en Facebook. Guatemala es ciertamente un lugar peligroso. Las tesis se desbordan, que si el empresario, que si los políticos, que si los de seguridad… hay en Guatemala un espíritu necrófilo. Pero eso no empezó ayer. Lo hemos cultivado por sesenta años, y seguimos, oyendo desde el aula universitaria que “la ética es una idea burguesa” y que “la religión y la moral son un sub producto de la ideología”.
Hemos visto para el otro lado cuando oímos que “el fin justifica los medios” y que con tal de terminar con los ricos, “los mártires que nos fabriquemos son enteramente válidos”. Hemos hecho oídos sordos cuando se dice que “las razones o causas políticas justifican las medidas de hecho”. Nos hemos hecho los tontos, cuando oímos que “no hay valores absolutos”. En fin, vivir entre mentiras, relativismo moral, simulación de afectos e indiferencia jurídica, tiene un precio: cosechar la fruta amarga de la muerte.
Henri de Lubac, el teólogo francés y uno de los representantes de la Nouvelle Théologie, lo dijo, elocuentemente, a finales del siglo XX: “cuando el hombre mata a Dios, terminan matando al ser humano”. Las dos guerras mundiales y las revueltas e insurrecciones regionales del mundo le daban la razón a de Lubac. En Guatemala dijimos que “Dios era producto de la supra estructura ideológica” y lo dijimos en tono doctoral o con el latiguillo discursivo de la política para sonar más interesantes.
Las malas ideas han producido malas leyes, es decir, aquellas que no protegen al ser humano, su vida, su propiedad y su libertad. Son malas además porque se entremeten, más de la cuenta, en la vida de los ciudadanos convirtiendo en político (o público) aquello que no lo es (comprar, vender, contratar, etc.), justificando a los ciudadanos que le juegan la vuelta a la ley, produciendo insensibilidad jurídica; es decir, son malas porque elevan irracionalmente los costos de transacción, seduciendo a su desobediencia. Finalmente, resultan pésimas porque producen privilegios, a unos porque tienen poder económico, a otros porque tienen poder político y a otros porque no tienen ni lo uno ni lo otro. Cuando “todos tienen privilegios”, “ninguno tiene derechos ciudadanos firmes” y eso destroza la republica.
Los doscientos años de fracaso de vida republicana se basan en las malas leyes que no protegen a la persona. Por eso la muerte, la pobreza y el subdesarrollo son el resultado del mal gobernante que se opone a la reforma del Estado y nos deja en el desamparo, sufriendo la crudeza de su fracaso político. Cada asalto, cada muerto, cada robo, cada joven sin hogar, sin empleo y dispuesto a servir a las peores causas, es una muestra de cómo el Estado le han fallado a los guatemaltecos.
La muerte de Facundo, de un hombre de una fe profunda y de ideas poéticas, tan horrible y trágica como es, es resultado de la popularidad de las malas ideas y malas leyes en Guatemala. Ideas que los guatemaltecos repetimos y seguimos, sin analizar su parte en la tragedia que vivimos. ¿Será que doscientos años de fracaso no son suficiente evidencia de que urge reformar el sistema y oponernos a las malas leyes y malas ideas que nos tienen cautivos?
¿Por donde empezar? Por buscar la reforma del sistema por medios jurídicos y medios políticos. ¿Vestirse de negro? ¿Vestirse de blanco? En un país lleno de formalismos, amagos y simulaciones esos pasos no terminan de convencerme porque algunos piensan que con eso ya hicieron su parte y no son responsables de hacer algo más. Estas son las lapidarias palabras del ciudadano del mundo que se nos hizo solidario en su muerte: “La sociedad humana está tan mal, por las fechorías de los malos y el silencio de los buenos” (FC). Adiós Facundo, desde tu Chichicastenango, tu Tikal, tus lagos y volcanes. Desde todos los corazones que disfrutamos tu música, salpicados de amor con cada lagrima que hoy se derrama por vos.