Siempre llego a los coloquios académicos con la guardia baja. Es que yo voy mas interesado en la lectura asignada, en escuchar a mis colegas y en compartir lo del texto leído. No encuentro esta visión en todos mis interlocutores. Los hay más religiosos en su discurso y hay otros abiertamente propagandísticos en sus ideas ateas. Nada de eso me asusta y trato de no reaccionar para no ceder al impacto efectista de la propaganda, hasta que la irracionalidad es evidente.
El tema que discutimos el jueves pasado era la mente y el desarrollo de ella. La discusión, por parte de los interlocutores ateos, se centró en la evolución que no era ajena a la lectura pero no era el epicentro de ella. Las fragilidades metodológicas de las afirmaciones, tampoco me interesa discutirlas en ese ámbito porque es un tema que siempre he considerado asunto de presuposiciones. Se trata de “hipótesis de trabajo” dispares, cuyos supuestos se hallan en la antípoda del otro. Yo no puedo probar la creación; tú no puedes probar la evolución. Si las mutaciones conocidas van en contra de la selección natural, tu defiendes el punto, con toda candidez, diciendo que las mutaciones dañinas nos están preparando para otro ambiente en el que esos “defectos” serían perfectamente normales. Tales caprichos, poco “falseables”, son los que la filosofía encontró y señaló en contra de la teología. Pues, metodológicamente, abundan en el tema aludido.
Un estimado colega dijo, en medio de tales disquisiciones, mas serio que en broma, “la idea de Dios no sirve para nada”. Ese “efectismo” me pareció una perfecta ilustración precisamente de lo que K. R. Popper y F. A. Hayek no enseñan. Es una afirmación arrogante, como mucho de lo que se originó con la Ilustración, cuando el hombre hizo, de sus pequeños campos de estudio, ámbitos absolutos en los que no hay lugar para nada más. Esa des-integración y desarticulación de la realidad ha permitido poner en pugna tradición, historia y cultura. Se contrapone naturaleza a historia, hechos a valores, lo secular a lo sagrado y las normas a la tradición. Defecto del que adolecen quienes pueden hacer análisis diacrónicos, observaciones analíticas, sin importarles mucho la historia del pensamiento que milita en su contra.
Pensarse dueño de la verdad matemática, astrofísica o biológica, no da derecho a nadie a descontar los ámbitos de conocimiento que a él no le sirven. Se trata de una actitud bastante anti liberal. Hace muchos “siglos” leí que para Popper la fe era el compañero sin crédito en las ciencias. Por eso el no temía, ni aun a los mas atravesados mitos culturales, porque podrían aportar herramientas conceptuales para descubrir la verdad científica. Ni Popper ni Hayek afirmaron la inutilidad o desutilidad de la idea de Dios. Es mas, Hayek dijo que los clérigos son los trabajadores públicos no pagados, porque al transmitir las normas y valores de la tradición, comunican importantes enseñanzas, útiles para la convivencia respetuosa entre seres humanos.
En la revelación, esas cosas tienen un efecto didáctico y por eso naturaleza, historia, cultura y tradición se mantienen unidas. El espinazo de la revelación es la historia, como se ve en un 70% de ella. Una historia interesada en quién es Dios y qué hace Dios. Creer que la idea de Dios por si sola es inutil, es una ingenuidad, porque es una idea que nunca esta sola. Es útil, precisamente, porque contiene valores, tradiciones, historia y normas éticas. Por todo eso, la gente de fe no separa el impacto de los descubrimientos científicos sobre su fe y tampoco rechaza la ciencia sino da gracias a Dios por ella.